miércoles, 28 de mayo de 2008

Identidades Culturales en Coro y Paraguaná, Diversidad Etnografía Venezuela

Atlas etnográfico del venezolano: el Estado Falcón.

Identidades culturales locales en la región venezolana de Falcón: Coro y Paraguaná.
Por José Millet*

A César Seco, poeta coriano.

En Paraguaná están los cobres; en Coro, el poder y aquí, en la sierra, las ideas. Por eso fue que a Dios se le ocurrió nacer en Cabure.

(Glosa de la idea del poeta Hugo Fernández Oviol)

Situados en el escenario de la región falconiana, en nuestro Atlas etnográfico del venezolano: capítulo Falcón hablamos de identidades, a pesar de que partimos del principio de la existencia de la venezolanidad, entendida como un conjunto de valores coherente y consistentemente establecidos en cada uno de los confines de la nación y más allá de cualquier determinación étnica, ancestral, territorial, local o comunitaria. Venezolano es el nativo poblador de estas tierras, comprendidas horita en la República Bolivariana, sus hijos en descendencia directa o indirecta; los negros descendientes de los africanos traídos aquí en condición de esclavos; los europeos y sus descendientes; los criollos resultantes de las mezclas entre todos estos pueblos, grupos y personas que concurrieron, se juntaron y han vivido o viven en el país. A cada uno de ellos se les reconoce, y respeta, su identidad propia, como también al “bravo pueblo”, síntesis de la afluencia, el encuentro y el intercambio intenso y prolongado de todos ellos en este territorio prodigioso que llamamos Venezuela.

La noción de identidad tiene que ver con y remite al pasado- en tanto conjunto de acciones que aportaron pautas y marcas distintivas-, cuya onda llega al presente; y, en no menor medida, con el presente mismo, en que se siguen creando los rasgos y signos distintivos del “carácter nacional” del venezolano. Identidad es un proceso de formación continua de valores-o sea, cultura-a partir de lo creado por los sujetos que nos han precedido; proceso que sigue una dinámica difusa y escabrosa que debemos esforzarnos por aprehender, determinar en el conjunto y en la multiplicidad de sus entidades, y describir y explicar, apegados a la historia y a la realidad actual del conglomerado humano que tenemos enfrente y al que pertenecemos, por lo demás.

En el estudio de las identidades de un pueblo, región o comunidad, es preciso determinar los polos, mecanismos y batientes concretos en que esa dinámica local surgió, ha tenido lugar y se manifiesta.

No basta con el esfuerzo aplicado en cotejar estos polos y batientes, con colocarlos en un sistema y acomodarlos en un modelo. La realidad siempre desbordará la propuesta, por su riqueza y complejidad. Siguiendo el método experimental de la estocástica, a continuación sometemos a juicio algunas ideas, que deberán ser criticadas y puestas en duda para comprobar su consistencia. Tómese en cuenta, en todo caso, que estas ideas brotaron del estudio, la reflexión prolongada y la investigación de campo hechas en equipo; no son frutos de la nada ni de un acto de ficción.

En cuanto a nuestra región bajo estudio, los polos, históricamente establecidos y configurados por el sujeto colectivo, desde la conquista al presente, están establecidos, de un lado, por Coro y su puerto real de La Vela; y, del otro, por Paraguaná. Sin embargo, según el sustantivo aporte del poeta cabureño Hugo Fernández Oviol, a estos dos polos debe añadírsele un tercero: la sierra coriana, que vendría a engendrar la determinación filosófica de la tesis, la antítesis y la síntesis, o las tres figuras míticas del hijo, el padre y el espíritu santo, si se le quiere enfocar desde un punto de vista místico. Cada uno de esos tres polos tiene su identidad propia, creada por las circunstancias de diversa índole que actuaron en cada momento en su aparición y desarrollo, como extremos opuestos, colocados casi diametralmente uno frente al otro, en tanto tal oposición no ha hecho si no reafirmar a cada cual en sus rasgos identitarios como unidad individual, con un margen considerable de libre actuación y autonomía. Nuestro aporte, mediante la presente indagación, deberá consistir en fijar esos rasgos, ubicarlos en cada unidad o polo y definir cómo funcionan para intentar describir, de un modo convincente en sus rasgos más característicos, qué es lo coriano, lo serrano y lo paraguanero.

El “hallazgo” de la “tripolaridad” de la identidad regional falconiana nos debe llevar de la mano a responder la pregunta: ¿existe la falconía? o, ¿acaso la falconía consiste en la coexistencia de estos tres polos distintos con sus respectivas identidades culturales y, muy a menudo, contrapuestas? Siendo más amplios, en ella, por supuesto, deberán ser tomadas el conjunto de identidades locales y comunitarias, sin que la resultante pretendamos que sea su suma mecánica.

Habría que hacer una exploración también en los mecanismos comunicantes que actúan en la conformación y expresión de cada uno de estos tres polos identitarios. ¿Qué hay de rasgos comunes y de rasgos diferenciadores en cada uno de ellos y qué de carácter general en el conjunto- o sea, la región-- que ellos prefiguran y animan? De obrar así, estaríamos enfrentándonos al toro por su cuerno; es decir, al problema que nos hemos planteado, por el concepto, asaz espinoso, de la identidad que arropa a otras tantas en un mismo espacio. Adelanto la idea de que una identidad no es siempre una y la misma, sin posibilidad de mutación interna, de transformación drástica de una realidad inicial a otra distinta resultante de múltiples fuentes y agentes concurrentes. Identidad es, pues, en todo caso, un organismo vivo, un sujeto sometido a cambios continuos, como el propio sistema de valores del que emerge y en el que se sustenta, el que llamamos convencionalmente cultura. Es lo que podría estar sucediendo con la identidad coriana y, de igual modo, con la serrana y la paraguanera, que se han seguido “concreando” individualmente o influyéndose mutuamente, sin que lo hayamos percibido ni estudiado


¿Cómo fue el coriano ayer y cómo es el de hoy? En la mayoría de las ocasiones, los cambios en las sociedades humanas ocurren sin que lo podamos evitar, pero la previsión del agente que interviene en la dinámica política de la sociedad debe consistir en notificar acerca de lo que está sucediendo y alertar de lo que sucederá, más si es negativo, para evitar que el daño en el tejido social termine siendo irreversible. El sistema de alerta debe estar activado permanentemente; en la previsión del desastre, el hombre de ciencia, cuando es honesto y humanista, tiene mucho que aportar, por el alto sentido de responsabilidad social y porque se ajusta a la máxima de que estrategia es política y política es previsión, como bien señaló José Martí en su tiempo.

La cultura puede ser entendida también como un sistema de valores, de condición y alcances diversos, creado por una comunidad, en cada uno de cuyos valores simbólicos cada uno de los miembros de esa comunidad se siente representado y se reafirma. He preguntado a muchos venezolanos: ¿cuál es el elemento cultural que más lo identifica como venezolano? Y me han respondido, en un número significativo, que es el joropo. Situados en el escenario de Falcón- tanto en Coro, como en la sierra o en Paraguaná- la respuesta a esa misma pregunta no podría ser otra que el tambor coriano, el chivo con su arepa pelá y el cocuy.

En el escenario local, nunca será el joropo el referente simbólico inmediato de cualquiera de las tres sociedades que venimos analizando, por una razón básica: desde la perspectiva de la comunidad, los elementos que conforman su identidad se tejen en una tupida red para hacerlos más “vibrantes”, cálidos y cercarnos que los elementos de otros territorios, aun cuando éstos sean los de mayor fuerza para conformar una identidad supra- comunitaria o supra- “localitaria”- si cabe esta última palabra para designar la reunión o confluencia de varias comunidades en un territorio compartido. Estos elementos primarios inmediatos conforman el tejido básico en que descansa y se nutre la identidad comunitaria, la cual, a través de su empleo continuo y prolongado, hace más próximos y motivados a cada uno de sus miembros. En un sistema de valores de mayor “nivel”- digamos por caso, en primera instancia, la cultura regional y, un poco más allá, la nacional- se articulan otros tejidos que sirven de imprescindibles términos correlacionados , pero no con la intensidad de estos otros con los que le toca convivir a diario al parroquiano: con la arepa pelá o pilá, acompañada de suero, al despertar; con la sopa o la caraota y el chivo al mediodía; con la urupagua, consumida en sitios muy distantes de la sierra, donde exclusivamente se cosecha, o el cocuy, que se bebe en numerosas ocasiones y eventos que van desde el embarazo, el parto, el nacimiento y el rito de las tres comidas cotidianas, hasta compartir en una fiesta o en parte de las honras fúnebres de un familiar o amigo.

Pero, como el cují en Curimagua o la urupagua en Cabure; el sol que abraza las arenas de los médanos en Coro y el viento veloz que nos despeina en Punto Fijo, nacimos y hemos aprendido a convivir con muchos otros referentes figurados a la vez, como también en compañía del inteligente burrito y del eco ancestral de Las Turas, que nos viene del fondo de una cueva o de lo más intrincado del monte. Estos son los componentes simbólicos más connotados de las tres comunidades específicas que aquí bosquejamos, muy bien caracterizadas desde el punto de vista de su carácter, tradiciones y valores culturales- fondeadas en una región que, a lo largo de la historia, primero los colonialistas europeos,--- alemanes y españoles—y, más tarde, los representantes de la oligarquía criolla, o sea, los operadores políticos, los legisladores y los administradores pasados, denominaron de diversa forma, hasta definirla como el actual Estado Falcón, en el que las identidades coriana, serrana y paraguanera aprendieron a convivir en una relación tensa, pero sin dejar nunca de brillar con luz propia y de reconocerse mutuamente como diferenciadas.

Ex profeso omití el tambor al referirme al sistema productor de los símbolos que identifican a cada una de las tres comunidades y a la de la región en su conjunto, porque quiero llamar la atención acerca de este componente, perteneciente al polo opuesto al paraguanero, que sin embargo sería imposible dejar de tomar en cuenta al hablar de una identidad cultural supra comunitaria compartida: acaso, ¿podría demostrarse el rechazo del paraguanero al tambor coriano como parte de su oposición a la identidad coriana de la que no se participa?

Muchos de los elementos simbólicos de la identidad regional mencionados, obran como la red compartida por los miembros de una comunidad supra-local que los integra como parte de una dotación étnica, ancestral y espiritual que los cobija a todos, con diferente peso y capacidad de maniobrabilidad, ciertamente. Para el paraguanero, el tambor, omitido, es un referente más ajeno a su comunidad, que apenas lo hace vibrar con su toque y lo siente como menos propio y como situado en una constelación de estrellas que lo envuelve y da luz, sin derramar encima de su cuerpo el polvo sideral. Apreciamos muy bien a quienes valoran y saben bailar al ritmo del tambor; pero nunca llegaremos a danzar como lo hicieron en el pasado la comunidad de los negros loangos que lo introdujeron a través del mar, sus descendientes directos y quienes llevan consigo su herencia, sobre todo aquí en Coro-La Vela y también en la sierra coriana.

Creo que, al escuchar el tambor, la ausencia del característico estremecimiento, en el tono e intensidad propios del coriano-loango, que percibimos en el paraguanero, es multicausal y fue provocada por la disposición espacial del campesino paraguanero, vinculado a la tierra a través del hato y a la actividad marítima en su circunstancia de costeño o de isleño, si tomamos en cuenta que la Península donde vive está separada de Coro; bastante alejado del sistema plantacionista que existió en el eje Coro-la sierra coriana, donde fue empleada la mano de obra del africano sometido a la explotación esclavista de los terratenientes.

El modo de producción capitalista con mano de obra esclava empleada en la plantación, influyó decisivamente en la configuración de rasgos psicológicos y de valores diferentes en cada uno de los tres polos de que se compone la identidad regional de Falcón. Lo acontecido en Coro, culturalmente hablando, debe analizarse a la luz de la presencia omnipotente de la administración europea---primero de los teutones Welser y luego de los españoles—y del gobierno nativo que respondía a los intereses de la oligarquía latifundista, dueña de casi todas las tierras entonces existentes. En este escenario citadino local se impuso, pues, la cultura de la clase dominante, por lo que los espacios para que se manifestaran las tradiciones espirituales del pueblo, con cierto nivel de libertad, tuvieron siempre un carácter marginal o fueron sometidos a diversos y complejos mecanismo de control y de represión. Como hemos referido en nuestro libro La Guinea, barrio afrocaribeño de Coro (2007), esta represión de la cultura tradicional popular de los barrios corianos se extendió hasta bien adentrado el siglo XX y sólo hoy puede afirmarse, con toda propiedad, que existen márgenes de absoluta libertad para que aquélla se exprese con plena espontaneidad. No obstante las circunstancias tan difíciles que acabamos de tratar, durante mucho tiempo el barro ha convivido en diálogo con el tambor y el chivo, acompañados de arepa pelá o pilá; mientras que en Churuguara la salve hablaba el lenguaje de la tamborita serrana y en Paraguaná el corocoro estremecía al pescador artesanal con su canto que brotaba del fondo del mar, en tertulia amena con el viento que estremece el cují y destrenza sus greñas.

¿Qué es lo esencial diferenciante entre cada una de estas tres identidades culturales encontradas? El modo peculiar de vincularse, cada miembro de las comunidades, con el elemento simbólico de la naturaleza que mejor lo represente: el barro, al coriano; el maíz, con sus totémicas Turas, en su nicho humano conuquero, al serrano y la tórrida reverberación solar en la que se transparenta el cují o la cabra, característica del paisaje rural, al paraguanero. Asimismo, en no menor propiedad, medida y juicio, lo es con respecto al sistema de producción material en que, cada uno de estos polos, está anclado y del que depende la vida de sus habitantes: la huerta para el coriano; el conuco para el serrano y el hato para el paraguanero. Cada uno de estos sistemas genera un sistema de valores específico en el que se asienta cada una de las tres identidades que estamos glosando.

Para explicar el juego de estos extremos, justamente es preciso conocer cómo es y cómo se relaciona cada quien con el otro. La personalidad del coriano puede ser vista como la del introvertido, el huraño y retraído, debido en gran medida a la represión cultural ejercida por las autoridades coloniales, en particular a través de la Iglesia católica, institución ideológica a la que siempre se ha debido obedecer como a los dogmas religiosos. Basta levantar la vista para visualizar su presencia en cada esquina de la ciudad, delimitada a escuadra, a partir de la división en parroquias, con el fin de que sus habitantes se mantuvieran atados a las instrucciones y al pensar propio de una mentalidad aldeana o parroquial. La huerta contribuyó a acomodar en grado extremo el movimiento del coriano, que lo tenía todo al alcance de la mano y, cuando le faltaban las vituallas, se las ingeniaría para obtenerla de la sierra. Asimismo, la casa de barro, con su intimidad y frescor aludido y sus hamacas amarradas en las alcayatas, este ambiente de fuerte sabor aldeano condicionó la actitud acomodaticia proverbial del coriano.
No será difícil comprender el tipo de personalidad propio del peninsular, fruto de su situación costera y, por tanto, de su contacto permanente con el mar. El paraguanero ha sido siempre extrovertido, abierto siempre al intercambio y a la incorporación de los nutrientes de pensamiento y de savia más disímiles, en lo que respecta a actitud creadora, provenientes de los puntos más distantes del planeta. Esta amplitud de mente, disposición anímica y actitud de aceptación de nuevos contenidos y formas en que expresarse, es lo que explica la actitud rebelde y libre de muchos de los hijos de Paraguaná, capaz de haber parido a la heroína Josefa Camejo, la única mujer que encabezó el movimiento por la independencia cuando la lógica de la historia y los factores se habían acomodado de tal modo que resultaba casi impensable tomar alguna actitud que favoreciera la revolución. El paraguanero, rompiendo los vínculos que lo ataban al hato y a los intereses del grupo social al que pertenecido, resulta así la antítesis de la actitud conservadora del coriano.

Yo defino al serrano como la síntesis de los componentes dispares más importantes de los dos extremos anteriores, por varios motivos que vamos a intentar delinear a continuación. En primer término hay que considerar la excepcional situación geográfica en que están emplazadas estas comunidades, alejadas del centro de poder administrativo, de la civilización (léase de los centro de poder político y religioso) y, por ello, más cercanas al cielo que a Dios. La sierra fue refugio para la población aborigen que intentó escapar a las matanzas de los conquistadores europeos y espacio adonde luego fueron a alojarse los africanos que huyeron del horrendo de la esclavitud a la que los habían sometido los cultísimos cristianos del Viejo Continente en las islas del Caribe y en tierra firme.

De modo que fue allí, en el mismo espacio que fueron levantados muchos de los imbatibles palenques, integrados por los rebeldes indígenas y los no menos insubordinados africanos, donde se gestarían los valores esenciales de la libertad y la independencia, mucho antes de que lo inventaran los criollos, hijos de los europeos nacidos en estas tierras, educados en las mejores escuelas y en las universidades de los más avanzados países. Ideas propias y actitudes de resistencia y de rebeldía moldearon la mentalidad del serrano, y es lo que explica que en la hacienda de Macanillas, de Curimagua, se haya desencadeno la más importante insurrección el 10 de mayo de 1795, encabezada por el mestizo José Leonardo Chirino, secundado por esclavos negros y mulatos conuqueros—libres, como él-- y por los loangos de La Guinea-Curazaito, en Coro, capitaneados por el curazoleño José Caridad González.

Retomando la relación con el sistema productivo, el conuco aporta los nutrientes básicos para la existencia de una mentalidad sumamente diferente de las dos restantes, en tanto es capaz de asumir un distanciamiento crítico que le permite aceptar lo positivo de cada cual sin comprometerse ni involucrarse totalmente con sus particulares visiones del mundo ni actitud social. los márgenes de relativa holgura económica que lleva a la poblac

A esta diversidad de identidades debe añadirse el batiente del petróleo, que transformó la dinámica poblacional de la región en su conjunto e introdujo nuevos mecanismos que deben ser tomados en cuenta en el análisis de la cultura como sistema productor de símbolos identificadores de las comunidades y del hombre en su sitio específico de vida. Junto a la cultura tradicional-- con sus batientes indígenas ancestrales--, convive en la región la “cultura del petróleo” representada ejemplarmente por la Maquila enloquecedora que es Punto Fijo. Cualquier enfoque que, por algún motivo o interés distantes del ajuste con la verdad, prescinda del juego de estos dos factores productores de símbolos de signos opuestos, está condenado a caer desde su misma base por falta del reflejo de esta realidad en la que nos hemos habituado a convivir, afrontando riesgos extremos.

Punto Fijo es, en efecto, un microcosmos que bien pudiera ofrecer una “cápsula” para entender y valorar mejor lo acontecido en la Venezuela de las últimas décadas. Este enclave urbano ha sido el espacio donde drenaron sus aguas varios de los proyectos de país, con que operaron los partidos políticos COPEI y AD, en los alternados repartos de poder, coincidentes con los períodos de gobierno sucedidos de 1958 hasta 1998.

Otras interrogantes nos asaltan en el camino y deberán ir apareciendo mientras avanzamos en la elaboración del Atlas, a las cuales deberemos esforzarnos, asimismo, por atender.

Por otra parte, debe corregirse el desatino de no tomar en cuenta el carácter multinacional de Venezuela. Hasta para los operadores políticos y las políticas gubernamentales, tal error puede acarrear consecuencias desastrosas. Muchos hijos de numerosas naciones convergieron en los campos petroleros no sólo para trabajar y dejar su marca con asentamientos humanos visibles en pueblos y ciudades, si no en la construcción de la familia venezolana contemporánea. Se instalaron en Paraguaná para aportar, también, su savia y enriquecer la espiritualidad del venezolano. Con propiedad, y cierto orgullo, en la Península se habla de las fronteras extensas de Falcón con el Caribe y otros países limítrofes, así como de un ecumenismo que exalta, en grado sumo, la identidad del paraguanero.

Mas, ¿qué determina ser paraguanero: haber nacido en Paraguaná o haber vivido toda una vida en algún punto de la Península? ¿Es acaso el paraguanero un ser cosmopolita fruto dado en considerable medida por el choque entre el núcleo sustantivo de lo tradicional con los fuertes e influyentes batientes de lo contemporáneo? A no dudarlo, este choque frontal entre ambos núcleos contrapuestos ha mellado y desdibujado su filo cortante, trayendo consecuencias que es preciso estudiar al interior de estos dos polos en conflicto: me refiero al coriano y al paraguanero, por supuesto. El hombre del petróleo acarreó la sociedad de mentalidad rentista, desarraigada y dada al consumo nervioso y exagerado de bienes perecederos que esa sociedad comercia. Atrás quedó el hato, con su tiempo apacible y su quietud hogareña, con tardes tranquilas de juegos de mesa entre las distendidas damas del agro paraguanero.

Aquella identidad inicial dio paso a esta otra cosmopolita representada por el habitante de Punto Fijo, propia de un ser conectado con el puerto de mar y el intercambio en los pueblos vecinos del Caribe y del planeta, abierto a todo tipo de influencia externa, aún de aquellas que atentan contra el núcleo de lo tradicional que el sujeto colectivo se esfuerza por conservar en muchos sitios de la geografía. Este ser que acepta escuchar una Sinfonía de Beethoven, ¿aceptaría, con el mismo gusto y entrega, alguna expresión de la cultura tradicional creada por las clases populares? ¿Aceptaría un concierto de tambor coriano?

La identidad coriana - loango deberá entenderse como comunidad de elementos simbólicos producidos por otras circunstancias y modo de producción específicos. La identidad del coriano puede interpretarse mejor cuando la asociamos con las huertas corianas, en las que convergieron los recursos naturales con que ella se “cocinaría”. La naturaleza circundante aportó los dos elementos primordiales que garantizaron, durante mucho tiempo, la existencia humana en esta comunidad: la tierra y el agua, en base a los cuales derivaron desde entonces otros “subproductos“ importantes concurrentes en una particular autodefinición y concreción del hombre.

El agua que bajaba por cañerías desde Caujarao a Coro aportó el frescor con que el coriano suele regocijarse a determinadas horas del día y aliviar el rigor de un clima semidesértico que golpea al foráneo; pero también esa agua sería usada en los pozos de barro con que se ha obtenido siempre aquí esa materia prima para la fabricación de inmuebles, muros, vasijas cocidas e incluso ingredientes para guisar un plato muy poco conocido.

La huerta propiciaba el encuentro de la tierra con el agua, desde el que brotaba el barro. Las casas de barro embutido, de varillas de cañizo o las otras de adobe, forman parte de la heráldica de la corianidad loanga. Quien no la reconozca, está “raspao “en la materia Gentilicio de la venezolanidad. La huerta es a la corianidad como el barro a una identidad regional que algunos definen como falconía, aunque la apreciamos, a la luz del sol presente, en pleno proceso de formación.

La casa de barro proporcionará el frescor en que el coriano se regocija. El barro impide la penetración del bravo sol y, en “recompensa”, permite la circulación de aire en el interior de la vivienda, además de transpirar humedad por sus poros. De ahí la invitación siempre aceptada por el coriano de colgar el chinchorro para “tumbarse” en él “como Dios manda”. Coro sin barro, cocuy ni “enchinchorramiento”, simplemente no es Coro. Así de simple es la ecuación de la corianidad.

Pero sería incompleta si en esta ecuación omitimos el chivo y la arepa de maíz, no del bagazo industrial que llaman “harina pan”. Coro sin su sancocho de chivo dominical, arepa con suero o nata de leche de cabra en el desayuno y su cocuy pecayero, tampoco sería Coro. En las huertas corianas todavía está anclado el corral de chivo y de su tierra está brotando el grano para hacer las imprescindible “caraotas del lunes”, que tanto define el ritmo del coriano, marcado por el reloj gastronómico estrictamente local.

El capitalismo brutal atacó furibundo la cultura del conuco en toda Venezuela y el Caribe; y en Coro hizo desaparecer la “huerta coriana”, con los referentes simbólicos que ahora nos toca recuperar y colocar en primer plano. Afortunadamente, el coriano es un sujeto con gran capacidad de resistencia, lo que ha permitido que muchos de sus valores hayan podido mantenerse ilesos, y que en otros el deterioro no haya conducido a su irremediable desaparición.

El deterioro y las pérdidas, en el arsenal identitario, no obstante, son considerables. Piénsese si no en los saberes asociados al barro, prácticamente en proceso de extinción, como hemos reportado a través de diversos medios, especialmente por Internet. Aquellos y los presentes comentarios en el pórtico de nuestro Atlas, deben ser tomados como lo que son, sin tapujos ni curitas de mercuro cromo: tajantes S.O.S. para quien quiera oír y alertar a la gente para emprender acciones inmediatas y efectivas que contrarresten el descalabro medioambiental a que conduce la destructiva industria del “cemento y la cabilla”. Quien quiera ver, que vea con sus propios ojos las casi a diario caídas de las casas de torta, de bahareque y de adobe que tanto contribuyeron a crear los ambientes humanos tan característicos del “Coro de ayer”.

¿Qué hizo el coriano para preservar muchas de sus tradiciones en quiebra por la desaparición de sus huertas? Mantuvo canales secretos con La Sierra coriana, de donde siguió proveyéndose de recursos y de materias primas para seguir elaborando la arepa y el sancocho. Hoy existe la sopa de gallina, pero desapareció casi totalmente el mondongo de chivo, y se puede comer la arepa pelá en pocos sitios de Coro. El fogón coriano de barro y leña ya no existe; la gastronomía típica escapó del paisaje.

¿Qué debemos hacer para enfrentar esta situación crítica resumida en la desaparición de tantos referentes simbólicos juntos del imaginario colectivo tan rico que ha preservado la corianidad? Necesitamos ponder en práctica un programa ajustado a la estrategia nacional de recuperación de las expresiones de la cultura tradicional popular en situación desventajosa o expuesta a sufrir la agresión y la acción desnacionalizante de la cultura neoliberal globalizadora. El programa debe hallar concreción en acciones inmediatas, a nivel de las comunidades, localidades y región falconiana en su conjunto, dirigidas a llamar la atención acerca del contexto y situación particular de las que debemos declarar “culturas en riesgo de desaparición”. En su ejecución, las artes escénicas, con obras elaboradas cuidadosamente por dramaturgos y corógrafos seleccionados, puede ser lo más efectivo para despertar la “conciencia comunitaria”. No hay que esperar por programas nacionales; todo lo contrario: los programas nacionales deben prepararse a partir del “menú” de los planteamientos de los vecinos de cada asentamiento humano, situados en lo más profundo de la geografía venezolana. Así estaremos siguiendo la lógica de la inversión del poder propuesta por el Presidente Chávez: ¡Todo el Poder para el Pueblo, los recursos de la nación en manos de las comunidades ¡. Tal vez nos permitan hacer algún aporte a esta lucha frontal contra los demonios de la burocracia, desde las humildes páginas de nuestro Atlas Etnográfico del venezolano: Capítulo Falcón.

En respuesta al llamado a que nuestra obra sea una creación colectiva, hasta el presente hemos recibido adhesiones efectivas, como las de la Gerencia Regional de INE y de la Fundación para los Telecentros Educativos comunitarios (FUNDATEC ), esta última encargada de elaborar un multimedia con fines educativos y de colocar el nuestro Atlas en la web. Siguiendo un mandato claramente establecido desde el arranque de este proyecto en el 2007, hemos hecho un llamado a través de todos los medios de comunicación masiva, incluida la web y en ella You Tube, a todas las instituciones y personalidades científicas, académicas y de la cultura asentadas en Falcón para que aporten sus colaboraciones en forma de producciones intelectuales, publicadas o no para el Atlas.... Somos pacientes, nuestra obra es una base de datos abierta a la permanente incorporación de elementos nuevos, por lo que estamos convencidos de que, al igual que lo acaban de hacer los humildes campesinos tureros de la comunidad de San Pedro de Mapararí, algún día estos letrados decidirán colaborar.

*José Millet es un escritor cubano radicado en Coro, capital del Estado Falcón, donde dirige el Centro de Investigaciones Socioculturales, del Instituto de Cultura del Estado, que elabora el Atlas Etnográfico del Estado Falcón-Venezuela. (milletjb2007 gmail.com)

martes, 20 de mayo de 2008

Etnografía del barro Falcon Venezuela, por José Millet

MEMORIAS DEL BARRO. Venezuela Arquitectura Atlas Etnográfico. De Falcón
Por José Millet
¿Hombre del barro?
Hace unas semanas participamos en el encuentro "Casas de barro; historias de vida", organizado por el Instituto de Patrimonio Cultural (IPC) con el apoyo de la UNESCO. Resultó un honor compartir allí con los Maestros Artesanos de Coro Jesús "Chucho" Coello, Jesús "Chucho" Morillo, Edixon Morón, Eduardo Guanipa y Luis Morales, verdaderos tesoros vivientes de esa cultura que, lamentablemente, si no lo impedimos, está en camino de extinguirse: la que tiene como foco la tierra, bien situado más allá del uso experto de un material de construcción. A través de su testimonio directo recogido en un micro video con sellos de ambos organismos públicos, en el que glosaremos en este artículo salió a la luz un problema que debe ser atendido con la urgencia y cuidadosa atención solicitada por algo tan sensible como la pérdida de la memoria colectiva, porque el pueblo que la pierde "está en peligro de desaparecer", según apuntó acertadamente Don Fernando Ortiz, considerado el Padre de la Antropología en el Caribe.

Me siento enorgullecido de vivir en Coro, ciudad inscrita en 1993, junto con su puerto La Vela en la Lista de Patrimonio Mundial porque -y cito el documento oficial en su versión electrónica del Centro de Patrimonio Mundial, WHC, en sus siglas en inglés, de la UNESCO- "con sus construcciones de tierra impares en el Caribe, Coro es el ejemplo único de fusión de las tradiciones locales con las técnicas arquitectónicas mudéjares españolas y holandesas. Uno de los primeros asentamientos coloniales (fundado en 1527) que tiene unos 602 edificios históricos" (vid www.whc.org).

En cuanto a las propiedades de "el sitio" por las que se hizo su inclusión en la Lista, pudiera discreparse en algo en lo que respecta a la segunda parte de este fundamento, en razón de que, en general, se alude sólo al patrimonio tangible y porque creemos que el "lado oscuro" o invisible, la mano del ser humano que lo creó, se encuentra en peligro de menoscabarse como fuente de saberes, pero prefiero referirme al malestar que se me clava al costado al ver no sólo cuán frecuentemente son derrumbadas esas "casitas de barro", sino porque estos Maestros marchan rumbo al final de sus humildes existencias sin que veamos por ninguna parte la transmisión, sistemática y coherente, de sus conocimientos y de esas "técnicas" aludidas a las nuevas generaciones, lo cual es algo sumamente alarmante.

Me uno al palpitar cálido de vida de estos Maestros y, también, a la de los artesanos del barro en general, como un medio de llamar la atención referente el sujeto social creador del que ellos forman parte: el pueblo, verdadero objeto del reconocimiento del valor patrimonial de su ciudad y de su puerto, y al final les dedico unas reflexiones personales acerca del barro, para honrarles. Lo más importante es su testimonio, que intentamos apresar aquí para la difusión y empleo útil en el reavivamiento de la conciencia, que resalta una responsabilidad colectiva compartida, no sólo pues la de "el gobierno", al que tanto exclusivamente se emplaza.

Habitualmente solemos ver sólo la exterioridad del todo pasando por alto el ser que lo creó; en las edificaciones de tierra, antes de lo erigido, están los saberes y conocimientos que yacen en la base de la memoria, las manos y los pies de quienes lo amasan y concretan, terminando por imprimirle su valor real, que va más allá de su valor de uso. Estos Maestros tienen claro el concepto de que el barro no sólo es materia, sino huella del trabajo humano: respuesta a necesidades concretas como las de la vivienda, desvelos, sueños y un compartir solidario al nivel de la familia sanguínea y de esa otra extensa que se fragua con los camaradas al calor de la faena cotidiana, amorosa y constante. Haz del sol mañanero que nos despierta en las sombras. Mediodía sonriente. Atardecer fatigoso que se prolonga con las tareas domésticas, desde la niñez hasta entrada la adultez.

La visión de "Chucho" Morillo debe interpretarse como la de los artesanos; así ve "la obra" edificada en barro como algo vivo, "con la que nosotros los artesanos podemos hablar" y nos relacionamos como si fuese una mujer: la acariciamos, incluso, con erotismo y como con alguien a quien uno no se puede relacionar si no es con cariño. Eso lo recibimos cuando nos dice que "echar una torta, echar un pañote es como si uno tuviera pasando la mano a un ser amado. Uno siente las curvas en el barro, las paredes… como siente las curvas cuando acaricia a un ser querido."

Chucho Coello primero fue lo que se llamaba en este oficio un peón de mano, "que era trabajar con los Maestros. Ahí me inicié en tejas, en barro, en todo lo artesano que es el barro". Chucho Morillo tenía 10 años cuando comenzó este oficio, que lo "llenaba desde niño porque lo hacía con mi padre y mi hermano". Fue desde entonces que se inició el proceso de aprendizaje de "las técnicas tradicionales de construcción". A Edixon Morón su vinculación al barro le llegó con su abuelo, que iba a verlo cada vez que se le dañaba la casa y "después /fue/ con otras personas que trabajaban esto. Eduardo Guanipa no sabía nada, ni siquiera "cómo se amarraba el cardón", entonces el colocarse al abrigo de los Maestros artesanos le abrió el modo expedito de aprender y así lo ha hecho hasta el presente.

Este proceso no siempre fue lo fácil que puede suponerse: Luis Morales tendría 5 ó 6 años cuando "lo llevaban por ay, a trabajar con el padre. Cada día él me paraba a las 4 de la mañana y, primero, teníamos que cargar agua, buscar leña y, a partir de las 7, nos íbamos para el trabajo hasta el mediodía en que comíamos y, al regreso a las 6 de la tarde, nos poníamos de nuevo a cargar agua." El trato directo con la gente conocedora de esta cultura impuso un sello característico a estos artesanos: su cuidadoso modo de codearse con esta "materia".Chucho Coello opina que, en su preparación, al "barro hay que dejarlo… batirlo bien" con el azadón, como si requiriese un reposo, como ser vivo al fin, lo que conducirá a la obtención de la masa anhelada: "igualito que hacer una conserva es el barro: hasta que dé punto".

Para Morillo, en cambio, "el fraguado de una torta no es igual al concreto", porque en su interior existen propiedades físico-químicas de la arcilla que provocan que cuando ésta se seque se expanda. De ahí que la obligación del contacto corporal directo del hombre con la materia: una vez preparada la torta (masa resultante de la mezcla circular, en el suelo, de tierra, agua e hierbas), ésta requiere ser amasada una vez más, esta última vez con las manos, para que pueda zumbársele al techo donde se la empareja también manualmente.

Estos saberes no fueron adquiridos en ninguna academia que no fuera la de aquellos otros Maestros que les antecedieron que los tenían desde que el hombre se irguió encima del planeta. De ahí que al Maestro "Chucho" Coello lo calificara de Biblia de los artesanos, en la cual se han formado varios de estos artesanos testigos, quienes dicen haber aprendido la disciplina del trabajo y este "arte del trabajo en barro de estas construcciones antiguas", siempre en el campo, aunque confiesa que son pocos a quienes estas faenas "nos gusta". Aparece la queja de que, a pesar de que se les reconoce como Maestros con muchas décadas de experiencia, no disponen de un certificado o algo que les permita acceder a un trabajo o, lo 1ue es peor, a la jubilación. Muchos de ellos consideran que, de haberse el dispuesto de ese cuerpo jurídico, se hubiesen jubilado. Para concluir, se preguntan, para resolver cualquiera de estos problemas, "¿a quien acudo yo?", con lo cual nos evidencian un total desamparo.

Para colmo existe una contraposición entre el saber ancestral de estos artesanos y los conocimientos contemporáneos del personal técnico contratado que le colocan para controlar su trabajo. Así, Chucho Morillo nos refiere que "muchas veces un ingeniero es situado para inspeccionar una obra y no sabe nada de lo que está haciendo el artesano, porque no sabe…" Y es concluyente en lo que debe hacerse: "Aquí hay que capacitar a esa gente." El Maestro Coello nos lo confirma al narrarnos una lamentable anécdota: "Una vez estuvimos con un Maestro que era medio bruto y yo le dije: "mire, esa casa se nos va caer" y contestó: "no, no le pare bola". ¡Y esa casa se nos vino encima!, porque yo tengo mucha experiencia." Por eso Morillo afirma que "van a tener que formarse en lo que es tradición artesanal, barro, tierra… porque de lo demás no sé nada."

Están conscientes, sin embargo, de que lo que se refiere al barro "es un proceso" en el intervienen los técnicos, ingenieros y arquitectos, que implica una cadena en la que están ellos, los artesanos también, "al pie de la obra." Pero se sienten en una situación de inferioridad en tanto que, en el mejor de los casos, se les contrata, se les paga y luego "chao pescao"… el mérito se lo llevan los dueños del negocio, el ingeniero...

Se les ha contrato en algunas ocasiones para impartir formación a los jóvenes, pero no se ha hecho de manera sistemática ni mucho menos con una visión coherente. Coello aconseja a la juventud que sigan el ejemplo marcado por ellos "para que lleguen adonde llegué…que esto es muy bonito". Mas, en medio del evento, se le preguntó cuál era su ilusión no conseguida, lo que más anhelada y fue categórico al contestar que "una Escuela del Barro, para enseñar a los jóvenes y así garantizar el necesario relevo.

El Maestro Coello está al tanto de que "todo se trabaje en menguante, no se trabaja en creciente, porque no sale bueno". De los conocimientos recibidos por ellos oralmente les viene a estos Maestros el rechazo al cemento: según Coello, incluso para el frisado de los muros no debe usársele porque se cae la capa, por lo que se usa la mezcla de tierra, arena y cal, ésta última un líquido "madurado" en un tanque a la intemperie. Coello es categórico en su resolución: en estas obras no se emplea otra cosa que no sea barro y esta última mezcla, prescindiéndose del cemento.

En cuanto al mantenimiento, reparación y atención a los materiales empleados en este tipo de edificaciones, basta el agua para ablandar y limpiar con un cepillo los residuos adheridos a las tejas de barro, incluidos microorganismos morbosos, como el hongo; luego se las apila en el piso para el secado y se las devuelve nuevamente a los techos. Ahora se usa el cañizal o entramado hecho con pedazos de madera, atados entre sí y dispuestos paralelamente, que se usa para construir cubiertas, techos e incluso empalizadas; encima de él se colocan las tejas sin necesidad del pernicioso cemento. Al cañizal se le embute la torta y luego un mortero de mezcla; encima se coloca el manto. "Esas tejas no llevaban nada", es decir, ninguna otra materia que la aludida. Se garantiza que las tejas duren mucho tiempo, incluso un siglo…

Coello se esfuerza por revelar los secretos de la cultura que representa: "El barro tiene esto: en tiempo de frío, es caliente; en tiempo de calor, es fresco… los españoles sabían eso: que venían tiempos frescos y tiempos de veranos", conocimiento que horita muchos niegan interesadamente o prefieren pasar por alto aviesamente. Es por lo que antes se hacía una ventanita que no llegaba a un metro cuadrado, que producía una circulación de frescor admirable en el interior de la casa; "ahora las hacen de dos metros y hace calor", según Morón. Todos coinciden en que el barro dura más que el cemento porque éste se "pica" más fácilmente. Naturalmente, todos prefieren este tipo de habitación natural para vivir y sienten un orgullo muy especial cuando, después de aplicarse a su reparación concienzuda. Por eso, cuando entregan en perfecto estado de conservación a aquellas que habían encontrado casi destruidas: "están trabajando allá arriba, no sienten ni sol ni calor".

Mucha ciencia del hombre encontramos en la visión del barro que tienen estos artesanos, particularmente en lo relacionado con el imprescindible contacto humano para que las edificaciones que le sirven de habitación no se deterioren. La mayoría de las casas abandonadas existentes a lo largo y ancho de la geografía de Falcón podría estar condenada a muerte por la indolencia de sus dueños o representantes a consecuencia de esta ausencia fatal. Para que se conserven, estas edificaciones necesitan ser habitadas por los hombres, porque "al dejarle de dar calor, la casa se cae", según Morales. "uno debe ser más amoroso, tener conciencia…"—dice Morillo—y remata el Maestro Coello: "porque Coro fue fundado en barro."

Morillo es tajante en su señalamiento de la pérdida: "lo que nos falta es la cultura de la tierra, la cultura del barro"; su ausencia provoca que no sean valoradas con justicia las acciones dirigidas a rescatarla o fortalecerla e incluso a los propios Maestros y artesanos, que han echado pie en tierra para lograr este reconocimiento mundial. Así, a pesar de que "a sus ochenta años Chucho Coello sigue trabajando" y enseñando, eso sí espontáneamente, a la gente estas artes ancestrales, según su amigo Morillo, "no tiene ayuda de nadie". Cuando el boom petrolero, no se fue para Punto Fijo, sino que se quedó en Coro haciendo y reparando estas casas. Concluye Morillo su incisiva crítica: "Pero ¿quien ayuda a Chucho? Esos grandes jerarcas del Patrimonio /Instituto de / o de lo que sea, no van a hacer nunca algo a favor de Chucho… ¡Jamás! ¿Cuántos artesanos hay? ¿Han hecho algo en beneficio de ellos? ¡No, mi amigo!". Con ellos han de aprender lecciones de sencillez y humildad quienes se pavonean con sus títulos académicos porque quienes carecen de ellos tienen aquellos otros no caídos del cielo, sino heredados del accionar perenne del hombre en el Planeta del cual nació y se nutre la ciencia.

Seguramente, estos Maestros no están enterados del concepto de patrimonio, cada vez más enrevesado, usado por los técnicos y arquitectos. Pertenecen a otra época en que el conocimiento del cosmos y de la Naturaleza conducía al acomodo armonioso de la criatura humana con el medio ambiente del cual dependía su existencia. De allá les vienen los saberes con que han hecho posible que se levanten estas catedrales vivientes que son las "casitas de barro" de Coro y La Vela, tan beneficiosas a la salud integral del hombre y a su relación respetuosa con la Naturaleza a la que piden prestados los elementos útiles para crearse ese hábitat invaluable reconocido por los hombres de bien como Patrimonio de la Humanidad. Uno de estos Maestros dijo: "Chucho" Coello es el Patrimonio". ¡Vaya usted a saber!
-------------------------------------------------------------------------------------------------
II.- MEMORIAS DEL BARRO
Presentamos las notas de las entrevistas que le hiciéramos al Maestro Chucho Coello durante el pasado año 2007. De ellas emerge una historia bastante inusual: las propias casas cuentan su historia, a partir de las numerosas incursiones hechas por estos artesanos, tanto para repararlas, restaurarlas o darle el acertado mantenimiento que sólo ellos saben dispensarles. Nuestro estudio ha ido creciendo en la medida en que nos hemos hecho amigo de estos libros vivientes de una de las tradiciones en vías de extinción. Esperamos que el relato sea ampliado con nuevas conversaciones y aportes de otras personas dedicadas a registrar y conservar este valioso patrimonio humana, que vale más que en los enquistados y particulares “cascos históricos” a los que se refieren los especialistas de la arquitectura, desconociendo que esta de los hombres debe colocarse en primera fila, mucho antes que cualquier monumento hecho a base de su ingenio y dedicación laboriosa.
J. Millet
Desde la azotea de uno de los edificios más altos, se nos revela un perfil de la ciudad en el que pocos de sus habitantes reparan. A juzgar por las cubiertas, Coro debió haber sido otra ciudad de los “techos rojos”. Mucha teja corona una multitud de espaciosas casas que se extienden a lo largo y ancho de este emblemático asentamiento humano. Uno de sus hijos descorrió las cortinas del recuerdo y nos permitió echarle una ojeada a cómo transcurrieron las cosas en el pasado. Lo insólito de las suyas, es que son una especie de memorias del barro, en el que se asentó Coro, donde este artesano nació y ha desarrollado toda su vida.
Jesús “Chucho” Coello es considerado “La Enciclopedia del Barro”, debido a sus probados conocimientos. Humildemente reconoce que los adquirió de los maestros Guillermo Rodríguez, “Nacho” Poyoyo Guadamo y Agustín Camacho, quienes vivían “cruzando” el barrio Las Panelas. Como se produjo una ruptura, en cuanto a la transmisión de mundos, entre aquellos sabios y las generaciones actuales, hoy sacan la tierra de donde hay “saques de tierra”, en el sitito nombrado Arenales, La Negrita. En La Horqueta hicieron un tanque grandísimo y lo volvieron a rellenar. Para secar tierra de Arenales se necesita un permiso, creo que de la prefectura de La Negrita. “Tiene grea, como una fibra o raicita negra”.
La que están trayendo, al no ser de aquel sitio, tiene salitre, lo que provoca que se desprenda, al ser empleado como principal material en la edificación o rehabilitación.
Al barro hay que echarle pulmón hasta que “dé puntico”, que es cuando se le añade la hierba. ¿Cómo se procede? Se hace el pozo, que permanece tapado durante tres días, con la hierba. Al término de ese tiempo se considera que el barro está maduro; pero antes se picaban el barro y la tierra.
Al mencionar su trabajote restauración en la Casa del Artesano, actualmente en construcción, diferencia el tipo de material y técnicas constructivas que se deben emplear según las condiciones y características del espacio donde se construya; en La Vela no se trabaja con adobe porque “se lo come el salitre” del mar. El adobe es una estructura conformada por horcón y paredes con cañizo; el bahareque, en cambio, aguanta más, digamos ante un movimiento sísmico, mientras que el adobe “se va más fácilmente”.
“Chucho” Coello denuncia que, por ignorancia, el barro se había olvidado. Si se hubiese tenido conciencia de la importancia de este material, las casas de la Calle Comercio no se hubieran caído. Tampoco se les hubiera permitido a los árabes comprar las casas en el Mercado viejo, las que han dejado caer para edificar con bloques de cemento y cabilla. Lo sucedido allí es una falta del Alcalde de Miranda, Pineda, y de su equipo.
¨
Por igual motivo han ocurrido otros desastres. A la casa de la Calle Comercio, entre Monzón y Federación, había que acomodarle el techo, y sin embargo la demolieron. Lo único que tiene la Casa del Tesoro son unas piezas con techos malos, pero la Alcaldía sólo lo acomodó el frente. Está como la mayoría de las casas incluidas en el “polígono de la UNESCO”: está deshabitada, que es lo que provoca su deterioro. Habla de un túnel y de los tantos salones amplios que posee.
Con la Casa de las Ventanas de Hierro, del Doctor Tellería, se presenta la misma situación; pero ante la deshabitación surge un interés inconfeso del Maestro “Chucho” Coello: “que me la den para hacer allí una escuela”, por supuesto, para estudiar en ella todo lo relacionado con el barro y entregar a los alumnos los tesoros del conocimiento acumulados en su vida “Restauré la casa donde están las hermanas, al lado del Registro…..”
El Ingeniero Víctor Piñero hizo casas de adobe en la José Leonardo Chirino y su casa es de barro.
Chucho restauró la casa por donde está El Conquistador, sede del diario local La Mañana, cuyo director Atilio Yánez, no quiso que nadie, salvo él, acomodara las tejas en el techo.
La teja, los tejares.
Ese patrimonio edificado en tierra fue respaldado por el conocimiento de muchos hombres dedicados durante mucho tiempo a este trabajo. Los artesanos se entregaban a su oficio no como mero medio de obtención de dinero. Había sastifacción en la utilidad de la labor y entrega, aunque en el pasado carecieron de reconocimiento social de ningún tipo, constituyen hoy una comunidad con relativa homogeneidad.
En cuanto a la elaboración de la teja, Chucho Coello reconoce a Pedro Flores como uno de los “maestros tejeros”. Trabajó en el tejar “Falcón”. Era de Churuguara, donde hay tradición en este oficio; trabajó con “La Enciclopedia” hasta poco antes de su muerte, ocurrida hace algunos años.
Hacían tejas, ladrillos y “adoboncito” para las paredes. “Ladrillos de piso”, especifica Chucho, “son los ladrillos de barro”.
Estos materiales han sido ampliamente utilizados en labores de restauración hechas por estos Maestros y artesanos del barro. La memoria retiene pasajes que nos llevan a la reflexión y al juicio crítico. La Casa de la Cultura de Coro fue también restaurada por Chucho, pero ha sido “la casa más cara: el alcalde Popo Barráez la compró a sobreprecio y el contratista no la terminó. Estuvo sin terminarse hasta ahora, “es una casita parecida a una familiar”.
Escuela del barro….
El proyecto de la “Escuela del barro” se lo dieron a Ana María Reyes. Tuvo respaldo nacional, fue situada en Tara-Tara, donde además había un Museo del barro. Vinieron muchachos de Estados Unidos, quienes hicieron mucho adobe y regresaron con sus títulos, según él.
En cuanto a los evangelistas, esta congregación religiosa consigue mucha plata, del diezmo o descuento de su sueldo. Hicieron una de estas escuelas en El Bejuquero, donde no la había.
El barro: resistencia.
El Maestro desmiente opiniones dirigidas a demonizar el barro, cuyo empleo, sabio y continuado, ha creado el patrimonio edificado más coherente y de valor trascendente de todo el Caribe, fundamento del otorgamiento, a Coro-La Vela, de la condición de Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO. A las casas de barro no las ataca ningún insecto, como se ha dicho, menos aquellos clasificados como mórbidos. Ejemplifica con las casas del frente de su casa, “que tienen más de cien años”.
La historia de las casas de barro contadas por los artesanos:
En el Coro de hace 40 o 50 años “las casas no valían na”, nos dice Chucho Coello , porque el material con que se construía estaba a la mano, era muy barato y la propia gente las construía por sus medios, empleando el trabajo solidario de amigos y vecinos. Aquella produjo la vivienda mas económica que haya existido: Vendió una de sus casas en 15.000 bolívares, ahora es residencia del doctor……
Las casas, no obstante, eran buenas y bonitas, porque también había buenos artesanos. “Chucho” nos proporciona su ubicación espacial dentro de la ciudad: aquellos maestros artesanos vivían “pa abajo”, entre ellos Julito y Ramoncito Jiménez; tenían una fábrica de adobe en Zumurucuare.
¿Cómo eran aquellas casas corianas? La mayoría era de barro, hasta que en 1946 las contratistas introdujeron el cemento, el bloque, y… con la Urbanización Ampíes. La industria y la artesanía del barro respaldaban la existencia de este tipo de casas. Había numerosos hornos, muchas alfarerías que lo garantizaban;
La casa típica para entonces era de piso de ladrillo y de techo de teja. En los barrios donde vivían los pobres predominaban las casas de torta.
1942….
Este año comenzó a construirse el cuartel de Coro. El material empleado era adoboncito, porque por fortuna no había cabilla, se empleaba la piedra bruta, mezclote, piedra, cal y arena. Con mezclote fue levantado el “Hospital Antonio Smith”. Veamos los precios de las edificaciones levantadas por la naciente burguesía venezolana en la ciudad. Algunas de ellas se erigen como emblemáticas de su gusto y concepto de lo que debía oponérsele al barro, propio de los “ttierrús” que habitaban las barriadas.
“Chucho” Coello calcula en 100,00 bolívares el costo de producción del Club Bolívar y 1.000.000,00 el Antonio Smith. Este último edificio denuncia la equivocada intervención del Ejecutivo del Gobierno Nacional, en la persona de algunos de sus presidentes. Fue construido con “puro ladrillo y techos de placa” soportados con el desmantelado “Tren Coro – La Vela”. . Fue demolido, el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez lo mandó a demoler. El gobierno de Herrera Campins mando a hacer un enorme huecote, que luego Carlos Andrés Pérez mandó a tapar. Cuando Lusinchi asumió la presidencia, mandó que lo destaparan. ¿A dónde iba a parar todo ese dinero invertido? A las arcas de los corruptos, no a los bolsillos del pueblo, que seguía “pelando”
El Hospital Santa Ana tiene su iglesia porque las monjas eran las enfermeras. Según “Chucho”, lo restauraron muy mal. Ahora le hacemos paredes de cinco bloques de adobe, a lo que fue “el mejor hospital antituberculoso”.
Teatro Armonía.
El Teatro Armonía era de barro con techo de tejas. “Cuando se quemó fui a apagarlo, tenía 17 años de edad y sufrí quemaduras”. El agua entonces de acarreaba en una carreta con un tanquecito encima y era tirado por una mula.
El Coro de los ricos y los pobres.
Los ricos vivían de la Calle Comercio “pa`rriba”, y rumbo al Club Bolívar; y los pobres de la Calle Comercio “hacia abajo”. Los ricos jugaban ese deporte en un espacio cercado con ciclón. El nombre de ese deporte lo lleva aún la plaza “El Tenis”. Las casas de torta, características de los explotados y humildes, mayoreaban en el barrio Los Ranchos, no en el Monteverde, nos aclaró Chucho, “del Tenis hacia allá”.
Ambientes del Coro de ayer.
“Chucho” bebe hoy, a lo sumo, cuatro cervezas. Al parecer su estilo de vida ha cambiado. Antes frecuentaba el “Bar Chipi-chipe”, calles Sur y Silva, “uno de los más renombrados sitios de reunión”. Vendían cervezas, pero lo principal consistía en disfrutar del espacio de tertulia.
Bar “El Cielo”, lo cerraron en la esquina porque mataron allí al hermano de un pelotero de las grandes ligas, Magglio Ordoñez. Bar “Miranda “ en la Calle , “El Loco Lindo” en la calle Federación, ahora es una tasca. “El Majestic” sí se ha mantenido, igual que el “Manaure”.
El mejor bar era el “Puerto Cabello”, que empezó en 1946, atendido por Emerita y su dueño “Chindo” Muñoz. Al principio era un minúsculo “negocito”, pero con el éxodo de las petroleras, “se fue pa`rriba”. Era el mejor: tenía chicas, buena música de rockola ( 8 piezas por 1 bolívar), y juegos. “Había mucha educación”, que evitaba las riñas. A quien se sacaba una muchacha le metían un año de cárcel si no se casaba. Los hombres eran mas precavidos, buscaban más donde vivir que las aventuras.
Costumbres, normas y valores.
A los 22 años de edad fue que “Chucho” bebió por primera vez, después de la muerte de su madre. Era el respeto al padre más que las prohibiciones, lo que limitaba determinadas acciones en los hijos. Nadie se atrevía a fumar delante de los padres. El padre le dio cuatro palos a un hermano de “Chucho”, por echarse un palo de aguardiente delante de él. Se empeñaba algo dejando a cambio un pelo del bigote, y nadie lo botaba: “tal era el sentido del honor y la palabra que daba”, nos dice el viejo Chucho. La gente no sabía leer, pero sí respetar, concluye enfático este artesano. La palabra del abuelo estaba por encima de todo. Nadie se sentaba a comer en la mesa sin camisa. No existían groserías.
Las cervezas más viejas eran la Zulia y La Regional. Cuando Pérez Jiménez valía un real. El dueño de la fábrica era un ministro del dictador.
Hablan las casas.
Las casas eran bajitas. A las casas que ocupaba “La vaquera” le pusieron las tejas después. La casa de Chelo está enfrente a “El Pilón” y es de barro-bahareque y torta. En Las Panelas, Curazaíto hay una casa de torta.
Lo que se necesitaba para construir estaba situado muy cerca del necesitado. El finado Isauro cargaba el tercio de cañito o cañizo de Zumurucuare. La hierba se buscaba detrás del cuartel, antes de que lo cercaran.
El Balcón de Ismael Cordero, en la Calle Bolívar, del Chupulún pa`lante, es de barro. Muertos sus dueños, esta edificación de adobe se está desmoronando. Era de César Saher, luego pasó a manos de Ismael y hoy la dueña es la hija del Gobernador Pablo Saher.
Costaba 100 bolívares (qué?) cuando el salario era de 2 bolívares diarios, doce a la semana.
El Bahareque
El bahareque predominaba por una razón económica: era más barato que el adobe. Se trata de una estructura simplificada de horcón con cañizo, que abundaba. Primero se embute con barro y luego se le aplica el pañote, capa para cubrir el primer barro embutido. Este es un friso de barro con hierba, al que sigue el friso de barro con cal.
El frisado con barro se le puede aplicar a las paredes de cemento, y se adquiere mayor frescura que con cemento solo.
Del barro de los pobres a . . . . .
La Avenida Santa Rosa, que pasa el “Hospital Alfredo Van Grieken”, ilustra cómo se empezó a destruir el patrimonio edificado de Coro. Las casas de barro construidas allí donde habitaban familias pobres, fueron tumbadas y, en su lugar, levantadas otras de cemento. Así es como la gente humilde saludaba y aceptaba este sentido de “progreso” que hoy se ha instalado en la mayoría de los lugares.
Nuestro testimoniante vive en una humilde vivienda, en la Calle Progreso Nro. 21 de Monteverde. Es padre de 7 hijos, a alguno de los cuales le construyó una casa de barro, exactamente en la Parroquia Curimagua, en Cabire, frente a las torres de CANTV. Tiene que ser de barro, “porque el barro es un congelador de noche”.
Al aparecer “Chucho”, retratado en uno de los Catálogos del Instituto de Patrimonio Cultural, la Ley lo incluye en el Registro de bienes Culturales de Venezuela. En su hogar muestra algunos de los reconocimientos que le han otorgado. Se para cada día rayando el alba para ir a inspeccionar las obras que se ejecutan en el “Casco Histórico de Coro”. Recibe a cambio de este trabajo 1.600.000,00 Bs., sin los beneficios sociales concedidos a los trabajadores fijos. No obstante, me reitera su sueño de disponer de una escuela para enseñar y transmitir a los niños, jóvenes y adolescentes sus amplios conocimientos y saberes acerca del barro, su empleo y la construcción y mantenimiento de lo edificado con él.
Santa Ana de coro, 24 de Julio de 2007.